Por José Luis Ayala Ramírez El hombre nace, descubre, piensa, evoluciona, muere. La historia de la humanidad contada en dos horas y media, construida en tres capítulos perfectamente identificables, imágenes expuestas con mucha inteligencia con el propósito de que el espectador reflexione sobre lo que está viendo, de que se atreva a ir más allá, de que, como en la historia, deje de ser un primate para convertirse en un ser pensante. Todo esto es 2001: Odisea en el espacio, y representa no sólo la evolución del hombre sino la evolución del cine en todas sus formas. Stanley Kubrick entrega su película más ambiciosa y toma como base la obra de Arthur C. Clarke para proponer un viaje a través del tiempo. Nos dirigimos al pasado para conocer al hombre prehistórico y luego dar un salto (con la famosa elipsis del hueso-palo) de miles de años hacia una humanidad que no sólo ha conquistado su planeta sino que ahora busca su futuro en las estrellas, en el universo. La conclusión de esta odisea se da en un futuro en el que el hombre finalmente consigue lo que más desea: la perfección, la inmortalidad. Todos los objetos presentados durante el filme sirven como simbolismos de la propia evolución del hombre y de cómo éste se somete a ellos para convertirse así en un ser dependiente de sus mismas creaciones. A fin de cuentas, ¿qué no son todos los inventos de la humanidad sino simples artefactos que ayudan a hacer más fáciles las actividades cotidianas? El “hueso-palo” primeramente es utilizado como un arma y luego, tras miles de años, éste es ya un objeto sin ningún valor que se ha convertido en un satélite espacial. Ahora, las necesidades del hombre han cambiado pero el objetivo sigue siendo el mismo: sobrevivir. Ahora la vida de unos astronautas recae en una máquina de nombre “HAL 9000”, la nueva auto dependencia que nos hace recordar que somos esclavos de nuestras propias creaciones.
“HAL 9000”, a pesar de ser un personaje artificial, se convierte en una analogía perfecta de los seres humanos. Así como nosotros, este androide piensa, se relaciona, descubre y sobre todo, siente. En un principio, esto último se deja abierto en la trama para luego transformarse en un hecho; la secuencia final donde advierte de su "miedo" es una prueba irrefutable de ello. Veámoslo más de cerca: "alguien" creó al hombre, luego éste se empieza a valer por sí mismo y desea lograr la superación; por otro lado, el hombre ha creado al androide (HAL) y cuando éste se siente amenazado, desea liberarse también para conseguir su propia perfección. Todo esto es una curiosa ironía pues, en la mente de Kubrick, las personas jugamos a querer ser dioses, jugamos a crear, a ser perfectos. Para lograr esto, creamos inteligencia artificial, queremos ser robots inmortales, mientras que HAL (orgulloso siempre de sus cualidades) juega a tener emociones, quiere conservar sus virtudes pero desea sentir, desea cantar “Daisy” como un infante, desea superar a su propio creador y ser independiente. Aunque el director nunca se refiere a ningún dios específico, sí enfatiza a “nuestros creadores”, al origen de la vida y a lo desconocido, aquí proyectado a través de misteriosos monolitos que van apareciendo uno a uno, primero en la Tierra, luego en la luna y finalmente en la orbita de Júpiter. Éstos, representan los acercamientos con nuestro propio destino. El primero, aparece en el nacimiento de la facultad racional del hombre, en el afán por dejar de ser un animal para convertirse en un ser pensante; el segundo, es la primera señal real que tenemos -ya como seres pensantes- de que no estamos solos en el universo, de que hay alguien más ahí y desea interactuar; el tercero, el encuentro final, tiene lugar luego de atravesar el último (y gigante) monolito con el que se pasa a una nueva dimensión y el ser humano deja de existir. Ahora, la perfección (en forma de un feto acercándose a la Tierra) hace acto de presencia y deja algo claro: se ha terminado de evolucionar. Kubrick mencionó alguna vez que su idea con 2001: Odisea en el espacio, no era hacer una película de una sola lectura sino crear una obra de la que cada espectador tuviera su propia interpretación. Por esto mismo, es una película muy compleja de analizar, es una cinta llena de simbolismos en imágenes pero también en sonidos. A su vez, posee una trama principal claramente presentada y establecida pero que está llena de detalles entrelíneas que hacen que cada vez que se ve, se descubra algo nuevo. Por supuesto, esto siempre será de agradecer porque, a fin de cuentas, de eso se trata el cine y de eso se trata la vida: de seguir descubriendo, de evolucionar y aspirar a la perfección. Sin embargo, en el séptimo arte, pocos filmes merecen ese calificativo más que la odisea espacial de Stanley Kubrick.
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January 2018
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