Por Gustavo Ambrosio ¿Qué es un monstruo? Ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie. Esta definición de la RAE nos deja muy abierto el concepto del “monstruo”, aunque es claro que si por la calle se le pregunta a la gente ¿qué es para ellos un monstruo? Lo primero en llegar a sus mentes será un hombre lobo, un fantasma resucitado, un zombie, una criatura del pantano, un payaso diabólico o un vampiro…Pocas veces las personas señalarán a un hombre con corbata o de maletín, o se señalarán así mismos. El cine y la literatura utilizan figuras retóricas para crear siluetas mentales que ayuden al espectador a hacer conexiones, analogías que pueden reforzar ideas del terror que se esconde detrás de la sociedad más avanzada o los hombres de familia más amorosos. Las figuras retóricas pueden construir personajes simbólicos que toman una “sana” distancia de un tema que tratado tal cual puede alejar a la audiencia por lo incómodo del mismo. Así, ¿cuál es la similitud temática entre cintas como Michael de Markuz Schleinzer, Clown de Jon Watts y las adaptaciones fílmicas de Déjame entrar? Exacto, adivinaron, la pedofilia. Aunque las cuatro obras fílmicas tratan un mismo tema, el tono y la forma se alejan y se repelen. La cinta de Schleinzer está enmarcada en el realismo de corte Hanekeano más atroz y causa un pánico y una incomodidad digna de cualquier cinta de terror pero a la que pocos acogerían entusiastas con palomitas y refresco en una sala de cine. Es mucho más interesante la forma en que presenta el tema una película como Clown. La trama va sobre un padre de familia que se coloca un disfraz de payaso para celebrar el cumpleaños de su hijo, sin embargo, el disfraz está maldito y lo convierte en un payaso-demonio que devora niños. No nos detendremos en los giros facilones de la película de Watts, sino en la frescura de su tratamiento. Un hombre que descubre un intenso “apetito” por los niños y huye para proteger a su familia y a otros niños, pero el impulso es demasiado grande y va devorando criaturas una por una. Incluso las exige como sacrificio. Pierde la noción y a cada nueva víctima su ansia crece más y más. Esta alegoría de una pederastia disfrazada de payaso resulta interesante, ya que a diferencia de Eso, el deseo por los niños es más físico y carnal que metafísico y fantasmal. El deseo sexual es oculto por el deseo alimenticio. La forma en que se convierte en un “apestado” social y una cosa inherente a su piel que ya nunca se puede quitar. Por otro lado, el padre de Clown se asemeja al personaje del “cuidador” de Eli en la historia de Déjame entrar, más al del libro que al de las películas, ¿en qué sentido? El personaje de Déjame entrar vive atormentado por su deseo por los niños, los huye, y aunque se ve tentado trata de evitarlos, los anhela pero se aleja, su hambre se potencia hasta que se convierte en un monstruo mucho más monstruoso de lo que es, donde el límite de la mente humana, el sentido común se borra, y sólo queda el instinto, el apetito. El logro de Clown es que logra disfrazar un monstruo de un monstruo aparentemente más terrorífico, incluso más que el enclenque y servil personaje del “cuidador” de Déjame entrar que pierde mucho peso en las películas. Un payaso maldito que devora niños puede presentarse a las audiencias claramente sin que haya un grito de taboo de por medio, la magia del cine de horror es que puede utilizar símbolos que apelen a un miedo mucho más profundo. Todos podemos disfrutar y asustarnos de estos monstruos en pantalla y salir del cine con la aparente tranquilidad de que la ficción, ficción es. Pero sólo hay que dar un vistazo a películas como Michael y recordaremos que los monstruos casi siempre tienen más pinta de humanos que de demonios. Y el escalofrío recorre el cuerpo.
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January 2018
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